La palabra libro, proviene del latín, liber, que en origen aludía a la parte de la corteza del árbol usada como soporte de las tablillas de cera que se empleaban para escribir cartas, notas o textos de poca extensión. Sin embargo, la forma habitual del libro literario en la Roma imperial era el rollo de papiro. Sus tallos se prensaban y secaban hasta obtener unas tiras que se prensaban en forma de hojas. A partir del siglo IV d.C. triunfará el códice de pergamino, el libro en su forma actual.
La escritura de los libros originales, no se hacía como lo conocemos hoy en día, ya que sólo los poetas y quizá los autores de cartas, escribían de su propia mano. En el resto de géneros literarios, lo normal era dictar el texto a uno o varios copistas. Así lo hacían César, Cicerón o los dos Plinios. Una vez el autor había acabado su original, comenzaba el circuito del libro.
Algunos autores que trabajaban al dictado usaban a sus propios copistas, generalmente esclavos o libreros, para producir algunas copias privadas que distrubuían entre familiares y amigos. También era muy habitual que los autores organizaras lecturas públicas de sus manuscritos, aunque estás recitaciones, rar vez motivaban el interés sincero de los asitentes, ya que eran muy habituales y de muy variado interés.
Cuando las lecturas se llevaban a cabo antes de la edición y venta de los ejemplares, los cometarios de los aistentes, podían ser decisivos a la hora de animar a los posibles editores. La figura del editor en Roma, tiene en Tito Pomponio Ático, su máximo representante. Ático, hombre de excasa cultura y considerables recursos económicos, se convirtió en el editor exclusivo de las obras de Cicerón hacia la década de los aós 50 a.C. Cicerón entregaba un ejemplar modelo supuestamente libre de errores a Ático. Éste poseía una plantilla de correctores y copistas, que producian en muy pocas semanas muchas copias de alta calidad, tanto por la belleza de la caligrafía como por la fidelidad del autor. Otros de los editores conocidos son los hermanos Sosios, editores de Horacio, el griego Doro, editor de la monumental Historia de Tito Livio; o Trifón editor de Quintiliano y Marcial.
Los costes de la edición generalmente corrían a cargo del editor, aunque cuando se pretendía realizar una edición más costosa, el autor aportaba alguna cantidad. También existía la edición por encargo, que solía ser financiada cuando algún rico lector paga el coste de una obra que le había sido dedicada. Así publicó por ejemplo, el poeta Estacio.
3 comentarios:
Las Contemporáneas te desean un ¡muy feliz año 2009!
¿Y qué me decís del nomenclator, el esclavo encargado de hacer de "agenda" a sus señores? Es otro buen negocio editorial... ¡gratuito!
Me gusta poder disfrutar de conocer distintos lugares y Roma es un lugar al que quiero ir por toda la historia que tiene. Por eso desde hace rato tengo ganas de conseguirme promociones en pasajes para llegar a la capital Italiana a un gran precio
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