miércoles, 17 de diciembre de 2008

Sed de mal: la odisea del creador



El otro día comentábamos la serie de vicisitudes que evitaron que Nemesis, de Alfred Nobel, pudiera editarse. Lo cierto es que el recorrido de las obras artísticas a menudo sufre todo tipo de contratiempos que convierten su recuperación final en un auténtico milagro. Tal es el caso de Sed de mal, la película que Orson Welles dirigió en 1958. Como era habitual en él, Welles se había superado a sí mismo, creando una de sus películas más abiertamente modernas y más ambiciosamente artísticas, con una dura fotografía en blanco y negro destinada a acentuar la atmósfera amenazante de este último gran clásico del cine negro estadounidense.

Sin embargo, sus productores no lo vieron así. La consideraron confusa y mal estructurada, y llevaron a cabo una ingente labor de alteración y reedición, llegando incluso a rodar escenas adicionales. Welles, que estaba en España rodando su versión de El Quijote, se encontró a su vuelta con un filme diametralmente opuesto al que él había imaginado y que, además, fue un rotundo fracaso de crítica y público.

Orson Welles, fiel a su espíritu perfeccionista, remitió a la Universal un documento de 58 páginas especificando todos los cambios que había que hacer para poder firmar la película como suya. Este documento, al que la productora hizo casi omiso, se creía perdido, hasta que Charlton Heston desempolvó una copia que había guardado. En base al texto se llevó a cabo una restauración de Sed de mal que fue estrenada en los cines hace ya ocho años, en 1998, para alivio de cinéfilos.

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