Era una mujer casi increíble. O, mejor dicho: una escritura. Einstein decía que, algún día, a la gente le costaría creer que hubiera existido jamás un hombre como Gandhi, de carne y hueso, sobre la tierra. Nos cuesta, pero también nos reconforta, creer que Clarice Lispector haya podido existir, muy cerca, ayer, tan lejos antes que nosotros (Hélène Cixous, La risa de la medusa).
A estas alturas del juego, nadie que la haya leído duda que Clarice Lispector es una de las personalidades literarias más asombrosas del siglo XX. Hace un poco un lector habitual de sus obras decía que, una vez que se ha leído a Clarice, nunca se vuelve a leer del modo en que se leía antes. Otros dicen que sus lectores no son legión, pero son secta. Y es que, en el Brasil de mediados del siglo XX, la voz angustiada de esta escritora llevó a cabo una labor titánica: la reinvención de la escritura.
Nacida en Ucrania pero emigrada a Brasil al poco de nacer, Clarice Lispector consideró siempre a Brasil y al portugués como sus señas de identidad. De familia humilde y de ascendencia judía, cuentan que, de pequeña, le preguntó a su hermana si de verdad eran tan pobres como parecía. Más tarde, conoció a su futuro marido en la universidad y, debido al puesto diplomático de este último, vivió varios años entre distintas capitales europeas y americanas. Años después, volvió a Brasil, para hacer las dos cosas para las que creía haber nacido: cuidar de sus dos hijos y escribir. Su producción literaria, si bien no demasiado voluminosa, es intelectualmente casi inabarcable. Huyendo de las influencias que se le atribuían, entre las que se encontraban Joyce o Virginia Woolf (ella siempre dijo que nunca los había leído y que sólo le gustaba la novela policiaca), escribió cuentos y novelas que aún hoy sorprenden por su modernidad.
La hora de la estrella fue su última novela. En este breve relato se nos cuenta la historia de una muchacha que, procedente de un entorno pobre, llega a la gran ciudad para buscarse la vida. Las desventuras de la protagonista, enormemente desgraciada pero que sobrevivía gracias a su creencia en la propia felicidad, constituyen el esqueleto de este texto impactante y conmovedor que tiene la magnificencia y rotundidad de las obras más maduras de un genio. Una obra maestra.
Para los profanos, y para los amantes de la literatura clariceana, la representación de “Tú sólo sabes llover” (inspirado en esta novela) es una cita estimulante y, diríamos, imprescindible. La compañía La Casa Incierta, dirigida por Marcelo Díaz, ha hecho un esfuerzo titánico por adaptar lo inadaptable y por llevar al escenario un texto que parecía irrepresentable. El resultado es deslumbrante, ameno y, sobre todo, un fiel reflejo, dentro de lo posible, de este texto magnífico. Para los interesados, hoy y mañana tienen lugar las dos últimas representaciones en la sala Tribueñe (Sancho Dávila, 32), a las 21 h. Una oportunidad única de encontrarse con las palabras de Clarice Lispector en boca de un grupo de artistas que intuyen genialmente lo que esta escritora quiso decir.
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