jueves, 4 de diciembre de 2008

El crimen de la calle de Fuencarral



La prensa de sucesos es un género que existe casi desde los inicios del periodismo. Siempre la asociamos a esas historias que contaba Margarita Landi encendiendo un cigarro con el mechero-revólver, y a los agoreros reportajes de esa caja de truculencias que es Sucedió en Madrid. Pero lo cierto es que, hace más de un siglo, este periodismo ya despertaba pasiones, y hubo un caso que, en concreto, mantuvo en vilo durante meses a los vecinos de aquel Madrid galdosiano.


Fue en el verano de 1888, concretamente, en la madrugada del 2 de julio. Del segundo piso del número 109 de la calle Fuencarral (de hecho bastante cerca de nuestra redacción) salía humo, y los vecinos llamaron a las autoridades. Cuando llegaron, encontraron en un cuarto del segundo izquierda el cadáver medio calcinado de una mujer que, además, presentaba heridas de arma blanca. En otra habitación, una joven yacía semidesnuda en el suelo, junto a un bulldog sedado. La muerta resultó ser Luciana Borcino, una viuda acaudalada, dueña de la casa, y, la joven inconsciente, su sirvienta, Higinia Balaguer. Inmediatamente, todas las sospechas se dirigieron hacia ella. Fue encarcelada e interrogada y, rápidamente, empezaron a salir a la luz nuevos datos que hicieron a las autoridades dudar de sus tesis. La gente comenzó a señalar como culpable al hijo de la asesinada, Varelita, ya que era un rufián conocido y, a sus 23 años, ya tenía antecedentes por herir a su madre. Según los conocidos, el chaval pediría constantemente dinero a su progenitora, que luego gastaba en putas, borracheras y negocios algo turbios. El único problema era que, en el momento del crimen, Varelita estaba cumpliendo condena en la cárcel Modelo (en la Moncloa) por robar una capa.


Hasta ahí los hechos. Las cosas se complicaron cuando mucha gente empezó a acusar al director de la cárcel de permitir que Varelita saliera regularmente, pudiendo haber cometido el crimen en una de esas salidas. El director de la cárcel era, en aquel momento, José Millán Astray, padre del fundador de la Legión y protegido de varios políticos importantes. En su casa había servido Higinia Balaguer antes de entrar al servicio de la asesinada. Todos los indicios indicaban una trama en la que todos se verían implicados, y los periódicos empezaron a hacerse eco de la situación. Durante tres meses, publicaron diariamente datos nuevos que les hacían llegar a la redacción los ciudadanos y, por primera vez en España, hubo un juicio paralelo, una acción pública a través de la prensa. Algunos lo calificaron de sensacionalismo y, otros, de ejercicio de la voluntad del pueblo contra los tejemanejes de los gobernantes. En todo caso, al final la única condenada (aparte de una cómplice, que fue a la cárcel) fue Higinia Balaguer. Fue ejecutada en 1890, en la última ejecución pública que tuvo lugar en Madrid, y su cuerpo fue expuesto durante horas para escarmiento de maleantes.


No hay comentarios: